El temor, o la cobardía, es sin lugar a dudas uno de los enemigos de nuestra alma que con mayor frecuencia viene a atacarnos. El Señor dice en 2 Timoteo 1:7: “porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. A pesar de ello ¿Por qué nos asaltan tantos temores? Es probable que hayamos experimentado ya
alguno de los siguientes temores:
· A la muerte · A la soledad
· A las enfermedades · A los accidentes
· Al fracaso · A la inseguridad
· A que algo le ocurra a nuestros hijos o familiares · A los problemas económicos
· A ser abandonados · Etc…
· A la oscuridad
Verdaderamente hay tantas clases de temores como personas sobre la tierra. Hemos conocido casos de personas que ni siquiera querían salir de sus casas por el temor a los accidentes o a la inseguridad. ¡Cuán importante es decidirnos a vencer el temor!
1.
¿POR QUÉ TENEMOS TEMOR?
Al respecto encontramos las palabras de Jesús diciéndonos:
“¿Por qué teméis hombres de poca fe” (Mateo 8:26)
El temor es una forma agravada de duda. Tememos por nuestra falta de fe. No vemos al poderoso gigante a nuestro lado en todo momento.
El temor es desconfianza al amor de Dios: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en el castigo. De donde el que temor no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18).
En la medida que lo maravilloso del amor de Dios se perfecciona en nosotros y va siendo revelado, es cuando comprendemos nuestra seguridad. Es allí cuando el temor es disipado porque ese Padre amante nunca dejará que algo fuera de sus planes, nos suceda.
Una vez, un padre tuvo una situación con su hijo pequeño: El niño no dejaba de pedirle un helado, pero ¡debía ser bien grande! El padre accedió a comprarle a su hijo un helado, el más grande y se lo entregó bajo la mirada extasiada del niño. Inmediatamente encendió el motor de su auto para ir a la casa, cuando notó que su hijo estaba llorando. Él le preguntó ¿por qué lloras? Y el niño respondió: “Pensé que te ibas a ir y que me dejarías aquí solo”. El padre entre enojado y sorprendido le respondió: “¿Es que todavía no te has dado cuenta cuánto te amo?”.
El Señor siempre nos da lo mejor, porque nos ama, Él nos cuida y nunca nos dejará solos: ¡NUNCA DESCONFIEMOS DEL GRAN AMOR DE DIOS!
2. EL TEMOR QUE NO ES PECADO:
Hay cierta clase de temor que no solamente que no es pecado, sino que es un mandato de Dios. Estamos hablando del temor al Señor. Como dice Proverbios 1:7: “El principio de la sabiduría es el temor a Jehová”.
El temor al cual nos estamos refiriendo ahora, es sinónimo de respeto, de reverencia hacia la Palabra de Dios, de un ánimo dispuesto a no ofenderle en manera alguna.
Tampoco es pecado el temor que tenemos incorporado como protección frente a los peligros de este mundo. Hablamos del temor natural para la preservación que nos hace ser cuidadosos, por ejemplo, al cruzar la calle, al trabajar con electricidad, etc.
3. LAS CONSECUENCIAS DEL TEMOR:
Ciertamente no ignoramos que el diablo es especialista en arrojar dardos de duda de la presencia y protección de Dios, y así atemorizarnos. Muchas veces los temores son producto directo de espíritus malignos que atormentan las vidas, a los cuales debemos resistir firmes en la Fe.
Estemos atentos porque el temor trae consecuencias muy nefastas:
3.1 Nos aleja de las bendiciones de Dios y nos coloca bajo el pecado.
3.2 “Lleva en sí castigo” (1 Juan 4:18). El que teme, vive en un verdadero y constante tormento.
3.3 Corremos el riesgo de que Satanás se ocupe de que nos ocurra aquello que tanto temíamos. O como dijera Job 3:25: “ Lo que temí, me sucedió”.
4. EXHORTACIONES A NO TEMER:
Estudiosos de la Palabra han detectado 365 veces la expresión “No temas”, en las escrituras. Es decir tenemos un “No temas” para cada día del año.
Vamos a considerar algunos de estos versículos que nos animan a confiar en el Señor:
“No temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas” (Josué 1.9).
Cuando estamos solos, en lugares oscuros o de peligro, ¡Él está con nosotros!
Tal vez estamos con temor por un viaje, Él nos dice: “Yo iré contigo donde vayas”.
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23.4). Nuevamente el conocer que Dios está presente, nos hace estar confiados. El saber que Él no permitirá que nos perdamos, pues nos guiará a lugares de deleite y refrigerio.
“Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmo 27:1).
“Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón” (Salmo 27:3).
Notemos cómo el saber quién es Dios, disipa el temor. Verdaderamente ¿de qué hombre podremos temer si Dios es por nosotros? Como lo expresa Romanos 8:38-39: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor Nuestro”.
“Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea movida, y se traspasen los montes al corazón del mar” (Salmo 46:1-2).
¿Qué significa que Dios es mi amparo y mi fortaleza? Significa que si me acerco a Él, si vivo una vida de acuerdo a su Palabra y unida a su congregación, intentando seguirle sus pasos, veré como somos protegidos, guiados y renovados a cada paso.
“El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: esperanza mía y castillo mío; mi Dios en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora, con sus plumas te cubrirá y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás al terror nocturno, ni saeta que vuele de día” (Salmo 91:1-5). Sería hermoso que leamos todo este salmo y nos deleitemos en él.
Y por supuesto, también podemos recordar lo dicho por el profeta en Isaías 8:12-13: “…ni temáis lo que ellos temen, ni tengáis miedo a Jehová de los ejércitos, a él santificad, sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo”
El mundo que no conoce a Dios, teme muchas cosas, vive pensando cómo salir de la crisis, y demás… El Señor nos desafía a ser diferentes. Si ha de haber en nosotros un temor, sea el temor de Jehová.
“No temas porque yo estoy contigo, no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10)
“Ahora, así dice Jehová: creador tuyo, oh Jacob, y formador tuyo, oh Israel, no temas, porque yo te redimí, te puse nombre, mío eres tú”. (Isaías 43:1).
Así podríamos detenernos en muchísimos de estos pasajes maravillosos que nos despiertan la fe en el Señor, la confianza en su amor y cuidado y nos llevan a dejar a un lado todo temor. Terminemos esta clase con las palabras de Jesús: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”
(Juan 14:27)
“No temas, cree solamente…” (Lucas 8:50).
Conclusión:
Dios tiene algo mejor que nuestros temores para ofrecernos: el divino amor de Cristo que nos hace vivir confiados. ¿Por qué no le decimos al Señor? ¡Oh Señor, abre mis ojos para ver cuánto me amas y cuán poderoso eres, para así no volver a temer jamás!